Abro los
ojos y el techo blanco se abalanza contra mi cabeza, vaya a saber bien por qué,
pero te pienso. Aunque el encierro da mucho más que pensar.
Despertar
con nicotina entre las manos, con aroma a tristeza pasada en la piel y lágrimas
ardientes encerradas todavía en la garganta que se niega a dejar salir tu voz.
Como no,
uno siempre encuentra el cuchillo más filoso dentro de uno mismo, las memorias
se clavan tranquilas, sin prisa, y dejan correr la sangre transparente. Le hago
caso a mis ventanas, a la luna que reluce asesina, le hago caso a esos ojos tan
directos y brillantes, una estrella cae al suelo y se quiebra, pero sigo
impasible, indiferente, vacía, inyectando poco a poco humo Marlboro en mi
cuerpo.
Pienso,
pienso y dejo de pensar. Los perros tampoco le lloran ya a la noche. Son esos
silencios que encierran hasta la mínima expresión, hasta el mínimo sentido, movimiento,
caos.
Pensé
que te pensaba, pero solamente te espero.
Tú sombra caminando hacia mi sombra
y creando una sola, oscura y profunda como el abismo que no supimos reconocer
cuando todavía teníamos tiempo.
Siempre
fuimos unos completos ignorantes, y ahora somos aún peores.
Porque estamos alejados, y vacíos.
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